La moneda será el "áfrico". Los huesos y momias guanches de los museos del mundo serán repatriados y se destinarán equipos antropológicos para encontrar las raíces aborígenes en Túnez, Marruecos, Argelia y Libia.
Amanece en la Península e impepinablemente una hora después amanecerá en Canarias. El sol nacionalista de las regiones periféricas de la Península Ibérica llega en nuestros días a su orto, e impepinablemente ya despuntó el alba nacionalista en nuestra región ultraperiférica por antonomasia, el archipiélago canario.
He vuelto a las Canarias unos años después de mi anterior viaje, y ha sido como volver a nuestro pasado peninsular. El nacionalismo canario apunta maneras y anda a la busca del tiempo perdido. Sólo en estos últimos añoz todos los nacionalistas peninsulares piden autodeterminación, soberanía e independencia, pero este discurso ya está hecho entre los nacionalistas canarios. Lo que es más, a algunos que hasta ahora no eran nacionalistas canarios les ocurre como a Fernando Fernán-Gómez, que sesenta años atrás entró cual paladín del nacional-catolicismo en edición celuloide (su inolvidable Balarrasa) y se ha ido de este mundo como anarquista sobrevenido.
Empecemos por estos últimos. Los que no sabíamos, o no sabían, que eran "soberanistas". Por ejemplo, Coalición Canaria. Fuentes bien informadas sobre sus quehaceres nos aseguran que estos nacionalistas debatirán seriamente incluir en su programa electoral dos temas de la más alta importancia para el destino del archipiélago: el rebautizo oficial de las islas con los supuestos nombres aborígenes y el cambio de la bandera autonómica por la del nacionalismo independentista extraconstitucional, léase la del MPAIAC y Cubillo, con siete estrellas verdes. Si prosperara el deseo de éstos, Gran Canaria se llamaría Tamaran; La Palma, Benahora; Fuerteventura, Erbani; la Gomera, Gomahara; El Hierro, Hero o Eser; Lanzarote, Titeroygakat; y Tenerife, Chinet, Achinech, Achineche o Asensen. Con tantas alternativas, es difícil que los tinerfeños se pongan de acuerdo sobre su patronímico. En lo que sí lo están es en que hay que quitarle a Gran Canaria el "Gran". No es la isla más grande, ni la que primero dejó atrás la prehistoria. Lo es Tenerife.
El enceguecedor sol nacionalista produce mutantes entre gente de lo más normal. Por ejemplo, el director y plantilla de ese diario que en Santa Cruz de Tenerife se sube uno con el pan a casa: El Día. Un reciente editorial, tamaño sábana, propugna un Estado nacional canario "con bandera y asiento en la ONU". Nada menos. Y todo porque es hora de que el archipiélago "goce de la soberanía política y administrativa que se merece" y porque un Estado situado a 2.000 kilómetros (creo que se refiere al Reino de Castilla) "invadió a unos aborígenes inocentes y pacíficos". Aunque España no tiene por qué preocuparse, ya que seguiremos "manteniendo los lazos económicos, diplomáticos e, incluso, a través de un concierto, permitir que las Fuerzas de Seguridad del Estado continúen aquí, aunque bajo el mando del Gobierno que rija Canarias". Y tampoco debe preocuparse el orden internacional, porque seguiremos "bajo el paraguas de este organismo (la ONU), de la Unión Europea y de la OTAN". Qué alivio.
Si el director y editorialista de El Día ve una barrera infranqueable en 2.000 kilómetros, los herederos del MPAIAC ven en los 100 que separan de África a la más occidental de las islas un charquito de nada que no impedirá su plena integración en el continente africano. El bendito editorial que he mencionado se publicó simultáneamente con una nueva entrega de la futura constitución de la República Federal Canaria (sábana y media en tres macizas columnas para sólo los artículos 81-100).
La entradilla nos asegura que es un "trabajo de Derecho Constitucional", que debe ser mejorado con las sugerencias del pueblo, hasta que se celebre, "en un lugar privado que ya se dirá", su aprobación por una Asamblea Nacional Legislativa y sea presentado ante las Naciones Unidas y el Comité de Descolonización. Estos independentistas no se van a dejar madrugar por los cofrades peninsulares y también ellos prometen alcanzar la independencia antes del 2010. Ponen su futuro independiente bajo la advocación de Kwame Nrumah, padre de la independencia de Ghana (en Ghana se acuerdan mucho de él). La república saldrá de la OTAN (no sé qué hará con la UE). La Alianza tiene un mes para abandonar sus instalaciones en las islas; las fuerzas armadas españolas son tratadas más benignamente: se les conceden dos meses. Pero deberán rendir honores a la bandera de la República cuando se vayan. Las Canarias tendrán 350 millas de aguas y espacio aéreo territoriales. El proyecto no considera lo que podrán decir a esto Marruecos y Mauritania. Los puertos canarios funcionarán como puerto de los países africanos que no los tienen, y habrá consulados del mar para todos. La moneda será el "áfrico". Los huesos y momias guanches de los museos del mundo serán repatriados y se destinarán equipos antropológicos para encontrar las raíces aborígenes en Túnez, Marruecos, Argelia y Libia. En cuanto a la economía, ya se lo pueden imaginar. Todo nacionalizado.
En fin, como decía aquella vieja canción de amor y guerra, "que en Canarias empieza a amanecer".
Amanece en la Península e impepinablemente una hora después amanecerá en Canarias. El sol nacionalista de las regiones periféricas de la Península Ibérica llega en nuestros días a su orto, e impepinablemente ya despuntó el alba nacionalista en nuestra región ultraperiférica por antonomasia, el archipiélago canario.
He vuelto a las Canarias unos años después de mi anterior viaje, y ha sido como volver a nuestro pasado peninsular. El nacionalismo canario apunta maneras y anda a la busca del tiempo perdido. Sólo en estos últimos añoz todos los nacionalistas peninsulares piden autodeterminación, soberanía e independencia, pero este discurso ya está hecho entre los nacionalistas canarios. Lo que es más, a algunos que hasta ahora no eran nacionalistas canarios les ocurre como a Fernando Fernán-Gómez, que sesenta años atrás entró cual paladín del nacional-catolicismo en edición celuloide (su inolvidable Balarrasa) y se ha ido de este mundo como anarquista sobrevenido.
Empecemos por estos últimos. Los que no sabíamos, o no sabían, que eran "soberanistas". Por ejemplo, Coalición Canaria. Fuentes bien informadas sobre sus quehaceres nos aseguran que estos nacionalistas debatirán seriamente incluir en su programa electoral dos temas de la más alta importancia para el destino del archipiélago: el rebautizo oficial de las islas con los supuestos nombres aborígenes y el cambio de la bandera autonómica por la del nacionalismo independentista extraconstitucional, léase la del MPAIAC y Cubillo, con siete estrellas verdes. Si prosperara el deseo de éstos, Gran Canaria se llamaría Tamaran; La Palma, Benahora; Fuerteventura, Erbani; la Gomera, Gomahara; El Hierro, Hero o Eser; Lanzarote, Titeroygakat; y Tenerife, Chinet, Achinech, Achineche o Asensen. Con tantas alternativas, es difícil que los tinerfeños se pongan de acuerdo sobre su patronímico. En lo que sí lo están es en que hay que quitarle a Gran Canaria el "Gran". No es la isla más grande, ni la que primero dejó atrás la prehistoria. Lo es Tenerife.
El enceguecedor sol nacionalista produce mutantes entre gente de lo más normal. Por ejemplo, el director y plantilla de ese diario que en Santa Cruz de Tenerife se sube uno con el pan a casa: El Día. Un reciente editorial, tamaño sábana, propugna un Estado nacional canario "con bandera y asiento en la ONU". Nada menos. Y todo porque es hora de que el archipiélago "goce de la soberanía política y administrativa que se merece" y porque un Estado situado a 2.000 kilómetros (creo que se refiere al Reino de Castilla) "invadió a unos aborígenes inocentes y pacíficos". Aunque España no tiene por qué preocuparse, ya que seguiremos "manteniendo los lazos económicos, diplomáticos e, incluso, a través de un concierto, permitir que las Fuerzas de Seguridad del Estado continúen aquí, aunque bajo el mando del Gobierno que rija Canarias". Y tampoco debe preocuparse el orden internacional, porque seguiremos "bajo el paraguas de este organismo (la ONU), de la Unión Europea y de la OTAN". Qué alivio.
Si el director y editorialista de El Día ve una barrera infranqueable en 2.000 kilómetros, los herederos del MPAIAC ven en los 100 que separan de África a la más occidental de las islas un charquito de nada que no impedirá su plena integración en el continente africano. El bendito editorial que he mencionado se publicó simultáneamente con una nueva entrega de la futura constitución de la República Federal Canaria (sábana y media en tres macizas columnas para sólo los artículos 81-100).
La entradilla nos asegura que es un "trabajo de Derecho Constitucional", que debe ser mejorado con las sugerencias del pueblo, hasta que se celebre, "en un lugar privado que ya se dirá", su aprobación por una Asamblea Nacional Legislativa y sea presentado ante las Naciones Unidas y el Comité de Descolonización. Estos independentistas no se van a dejar madrugar por los cofrades peninsulares y también ellos prometen alcanzar la independencia antes del 2010. Ponen su futuro independiente bajo la advocación de Kwame Nrumah, padre de la independencia de Ghana (en Ghana se acuerdan mucho de él). La república saldrá de la OTAN (no sé qué hará con la UE). La Alianza tiene un mes para abandonar sus instalaciones en las islas; las fuerzas armadas españolas son tratadas más benignamente: se les conceden dos meses. Pero deberán rendir honores a la bandera de la República cuando se vayan. Las Canarias tendrán 350 millas de aguas y espacio aéreo territoriales. El proyecto no considera lo que podrán decir a esto Marruecos y Mauritania. Los puertos canarios funcionarán como puerto de los países africanos que no los tienen, y habrá consulados del mar para todos. La moneda será el "áfrico". Los huesos y momias guanches de los museos del mundo serán repatriados y se destinarán equipos antropológicos para encontrar las raíces aborígenes en Túnez, Marruecos, Argelia y Libia. En cuanto a la economía, ya se lo pueden imaginar. Todo nacionalizado.
En fin, como decía aquella vieja canción de amor y guerra, "que en Canarias empieza a amanecer".
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