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| Cobardes sin fronteras |
Creo en la supremacía blanca hasta que los negros sean educados hasta un punto de responsabilidad y no me siento culpable por el hecho de que hace cinco o diez generaciones estas personas fueran esclavizadas. Mejor aseguramos nuestra libertad manteniendo nuestra historia frente a nosotros. Si todo el mundo se arrodilla, ¿quién se alzará en defensa de la historia y la cultura de Occidente?. Este proceso de auto-humillación occidental empezó hace mucho.
Las estatuas de quienes conquistaron y culturizaron a los indígenas americanos o de quienes combatieron el socialismo nazi durante la Segunda Guerra Mundial y salvaron a Europa de la barbarie, han sido derribadas, destruidas o eliminadas visualmente, evocando las estatuas desnudas de Roma tapadas para complacer al presidente iraní Hasán Ruhaní, o las desapariciones en las fotografías soviéticas.
"El antirracismo ya no es la defensa de que todo el mundo es igual en dignidad, sino una ideología, una cosmovisión". En tiempos de la gran migración, ya no es una cuestión de dar la bienvenida a los recién llegados integrándolos en la civilización europea, sino la exposición de los errores de ésta. El "autorracismo" es "la patología más grotesca y desalentadora de nuestra época".
Derribar a los "presuntos" racistas en un mapa que contiene 60 estatuas de 30 ciudades, cuya eliminación se está demandando en apoyo del movimiento surgido en EEUU después de que un policía blanco, Derek Chauvin, "presuntamente" matara a un hombre negro, delincuente habitual y condenado, George Floyd, poniéndole la rodilla en el cuello. Sin poner sobre la mesa su "presunción de inocencia" hasta que haya una condena judicial. E sencillamente demencial.
En Londres unos manifestantes vandalizaron las estatuas de Winston Churchill, el Mahatma Gandhi y Abraham Lincoln. El alcalde de la capital británica, Sadiq Khan (musulmán) que no debe conocer que los suyos en Sudan son los mayores esclavistas de megros en la actualidad, anunció la creación de una comisión para quitar las estatuas que no reflejen "la diversidad de la ciudad".
El vandalismo y el auto-odio han ido ganando terreno rápidamente. La épica de los grandes descubrimientos asociados al Imperio Británico se ha tornado ominosa. Las protestas no son sobre la esclavitud. Es más bien un llamamiento a la limpieza cultural de todas las obras que contradigan el nuevo mantra de la diversidad.
"En America y Europa, (extraño que solo sea en esos dos continente y en el resto nada de nada), hoy ha nacido una nueva variante del Talibán", en referencia a los dos budas gigantes dinamitados por los talibanes en Afganistán en 2001. A menos que nos dotemos rápidamente de un liderazgo moral, no va a merecer la pena vivir en nuestras ciudades.
En la lista de estatuas eliminables figuran los nombres de Oliver Cromwell y Horatio Nelson, así como el de Nancy Astor, la primera parlamentaria británica electa (1919), y los de Sir Frances Drake, Cristóbal Colón y Charles Gray, el primer ministro cuyo Gobierno supervisó la abolición de la esclavitud, en 1833. Las estatuas de los Reyes Católicos, reyes que prohibieron la esclavitud y de los frailes como Junipero Serra, entre otras.
No podemos tratar de editar o censurar nuestro pasado. No podemos pretender haber tenido una historia diferente. Las estatuas de nuestras ciudades y pueblos las erigieron generaciones anteriores que tenían perspectivas diferentes, una comprensión distinta del bien y del mal. Y esas estatuas nos enseñan sobre nuestro pasado, con sus errores y sus aciertos. Derribarlas sería mentirnos acerca de nuestra historia, y empobrecer la educación de las generaciones venideras.
La culpa pos-colonial está teniendo repercusiones que van mucho más allá de las estatuas. Cuando Occidente pierde la confianza en sí mismo, debido a un sentimiento de culpa excesivo o extraviado sobre el colonialismo, vira hacia el aislacionismo.Tememos que todo lo que hagamos sea colonialista.
La culpa pos-colonial está en mi opinión, la renuencia a afrontar la cuestión de la diversidad y sus descontentos lleva aparejado el riesgo de que España se dirija como un sonámbulo hacia una catástrofe en la que las distintas comunidades se enfrentarán entre sí, se condonarán las agresiones sexuales, se suprimirá la libertad de expresión, se revertirán libertades civiles que ha costado mucho conseguir y se minará la democracia liberal, que tan bien ha servido a España durante tanto tiempo.
Asimismo, debemos denunciar que a los políticos y periodistas españoles les "aterroriza" hablar de la raza, con lo que dejan que el multiculturalismo se convierta en un "fraude" explotado por quienes se han hecho fuertes en la segregación. Los activistas que hacen campaña por la eliminación de estatuas quieren alterar radicalmente el perfil de las ciudades españolas.
El enfrentamiento parece darse entre unos censores violentos que acosan a todo el mundo, por un lado, y, por el otro, unos políticos cobardes y apaciguadores que se doblegan ante los vándalos. Los monumentos son una parte vital de una ciudad; dan cuenta del lugar en la Historia de la ciudad. Sin ellos, sólo quedarían las paradas de autobús, las pizzerias y las hamburgueserías. Estos protestatarios parecen anhelar una Historia revisada y saneada. Si no lo entendemos rápidamente, si borramos nuestro pasado, como trató de hacer la URSS, les será más fácil generar una visión de nuestro futuro que no remita a nuestros valores. No nos dejarán más que esquirlas de nuestra historia y nuestra cultura.
Este movimiento de odio, parece haberse iniciado en las universidades. En algunas los profesores de literatura pidieron reemplazar a autores blancos por otros representativos de las minorías para descolonizar el currículum. El sindicato de estudiantes demandó la eliminación de autores como Cervantes, Galdós, Platón, Kant, Descartes y Hegel del plan de estudios porque "todos eran blancos"; como si el color de nuestra piel fuera el determinante único de nuestros pensamientos.
Un estudioso del colonialismo, ha afirmado que en las universidades españolas y americanas se ha vuelto a instalar un "clima de miedo". Hay algo de hipocresía en que una universidad española consiga dinero para que cada año cien becarios, una quinta parte de ellos procedentes de África, vengan aquí y luego decir que queremos arrojar a la basura la estatua de los Reyes Católicos o Colón. Mi opinión es la misma que "la expresada por Nelson Mandela en una ceremonia del Fideicomiso Rhodes en 2003" y que, pese a "los problemas asociados con el papel de Cecil Rhodes en la historia, si estaba bien para Mandela, está bien para mí". Pero no para los revisionistas.
Parece que se está rehaciendo la historia de España, para presentar toda la civilización occidental como un mero apartheid descomunal. Como si debiéramos deshacernos no sólo de las estatuas sino de nosotros mismos. Pero una democracia exitosa no puede construirse sobre la eliminación del pasado.
Hay falsedad en el borrado de la historia propia. Puede que la historia de uno no sea perfecta, pero sigue siendo la historia de uno. España no tiene que ser perfecta para ser bueno. Sajar la parte desagradable no cambia los hechos; puede incluso ser reemplazada por una todavía más desagradable. Algunos museos ya habían abrazado hace un tiempo la autocensura. El diccionario Merriam-Webster acaba de revisar la definición de racismo para incluir la cualidad de "sistémico", presumiblemente para expresar que toda la sociedad es culpable e injusta. Los censores parecen querer controlar nuestro universo mental, como en la novela de George Orwell 1984.
Todo registro ha sido destruido o falseado, cada libro ha sido reescrito, cada cuadro ha sido repintado, cada estatua y edificio han sido rebautizados, cada fecha ha sido alterada. Y el proceso continúa, día a día y minuto a minuto. La Historia se ha detenido. Nada existe salvo el presente incesante, en el que el Partido siempre tiene razón. Este proceso de auto-humillación occidental empezó hace mucho. Así, los ayuntamientos en manos del social-comunismo empezaron a examinar todas las estatuas bajo su jurisdicción. Alcaldes que en vez de defender el imperio de la ley, califican de "historia poética" la violenta eliminación de la estatua de Colon. Cuando los vándalos empezaron a destruir estatuas, muchos aplaudieron.
Una semana antes de la destrucción de estatuas, gente andaba arrodillándose por el delincuente George Floyd. Parecía una demanda colectiva para que toda la sociedad occidental se arrepintiera. Parecía una suerte de histeria ideológica, no tan distinta de las de la Inquisición o la del proceso contra las Brujas de Salem. Se arrodillaron incluso policías, así como la presidenta de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, y otros líderes demócratas. Ambos fueron actos de irresponsabilidad y capitulación. Días después, el establishment europeo sucumbió ante el nuevo Talibán.
¿Qué pretende conseguir este macabro juego ideológico? No el derribo de monumentos como las estatuas de Colón, que han sido incluso decapitadas. Va más allá. Es una toma del poder para desatar una revolución cultural e impedir que nadie diga que no todas las culturas son iguales; para someter a juicio el pasado de Europa; para instalar un remordimiento perenne en las conciencias y esparcir el terror intelectual a fin de hacer avanzar el multiculturalismo. ¿Cuántos se negarán a comulgar con esta supresión coactiva de la Historia?. Si son muchos los que se arrodillan ante el nuevo totalitarismo, ¿quién tendrá el coraje para defender la historia y la cultura de Occidente?
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