En esto se resume la situación actual de eso que se llama problema catalán, cuando debiera llamarse problema gubernamental. Porque el llamado problema catalán no existiría si tanto este gobierno como los anteriores hubieran cumplido y hubieran hecho cumplir la ley desde hace varias décadas.
De nada sirve esconder la cabeza bajo el ala para no verlo:
El régimen de 1978 ha fracasado estrepitosamente porque todas sus columnas se han venido abajo.La más evidente es el Estado de las Autonomías, ese fallido antídoto contra el deseo de los nacionalistas vascos y catalanes de dejar de ser españoles. Sólo los ciegos voluntarios que insisten en soluciones todavía más descentralizadoras, generalmente llamadas federalistas, se empeñan en negar la evidencia de que el Estado autonómico ha provocado el mayor descoyuntamiento nacional de nuestra historia.
La abrumadora ignorancia de nuestros políticos sobre la ideología de los nacionalismos vasco y catalán ha llevado a considerarlos durante décadas como piezas esenciales para el gobierno y la estabilidad de España, incluso se ha llegado a hacer la vista gorda ante su incesante labor de erosión del Estado. Afortunadamente, aunque lamentablemente tarde, lo que la ignorancia de la teoría les impidió comprender, la constatación de la práctica se lo ha evidenciado.
El eterno vaciamiento del Estado establecido en el Título VIII de la Constitución, la atribución a las comunidades autónomas de competencias legislativas y la desquiciada dimensión identitaria que las ha caracterizado desde el comienzo, inexistente en cualquier otro estado civilizado por descentralizado que sea, sólo podía acabar provocando una declaración unilateral de independencia ante la que el Estado, reducido a la impotencia, podría hacer muy poco.
Junto a la estructura autonómica, las otras dos columnas caídas son nada menos que las que sostienen todo el sistema democrático: la división de poderes y el Estado de Derecho. En cuanto a la primera, en España no existe, ya que la designación de quienes ejercerán los tres poderes proviene de una misma fuente: los partidos. Bien claramente proclamó el socialista Alfonso Guerra la muerte de Montesquieu, y el Partido Popular no ha hecho nada por resucitarlo.
Por lo que se refiere al Estado de Derecho, aunque lo proclame la Constitución, España no lo es porque los poderes públicos, tanto los autonómicos como los nacionales, vulneran las leyes e incumplen las sentencias continuamente. Cualquier sociedad puede soportar la existencia de delincuentes, pues es inevitable. Pero lo que no puede soportar sin hundirse es su impunidad. Y eso es lo que está pasando hoy en España. De ahí el desprestigio del sistema, de ahí el desarme del Estado y de ahí la rebelión. Bien claro lo han dejado Artur Mas y otros dirigentes separatistas en numerosas ocasiones:
"España es un Estado fallido".
Y tienen razón. Por eso la única solución a la actual crisis nacional es una reafirmación contundente del Estado de Derecho. Sin ella, España está condenada a la catástrofe.
El embalse se ha ido llenando década tras década a causa de la inacción ideológica y política de los gobiernos de izquierda y derecha, por lo que ahora, a punto de reventar, sólo queda el recurso al Código Penal. Aunque el gobierno de Rajoy haya quedado paralizado ante la agresión y siga solicitando dictámenes de juristas, es de suponer que la propia lógica del Estado no pueda dejar de funcionar. Lo veremos en los próximos días. En las próximas horas.
Pero el problema seguirá sin resolverse. Quizás hoy pueda pararse, ley en mano, la embestida separatista, pero nada impedirá que vuelva a repetirse, agravada, dentro de unos años. Pues una cosa es la defensa de la ley y otra bien distinta es la desactivación ideológica y social de los separatismos.
Pero ésta es otra historia, incomprensible para los dirigentes del PP y del PSOE. ¿Llegaremos a tener en España algún gobernante capaz de comprenderlo y de poner manos a la obra?
Jesús Laínz
Soluciones hay muchas, pero se debe usar la más drástica, que es cortar por lo sano. Ya se hizo en el 36 y si hay que hacerla de nuevo, pues se hace.
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