miércoles, 19 de septiembre de 2007

LA ULTIMA CAPULLADA DE OTRO ARTICULISTA DEL DIA

El derecho a proponerSOY UN SEGUIDOR EMPEDERNIDO de las cartas al director en este y en cualquier periódico. Y también de los comentarios que me remiten los lectores. Acaso padezco la manía borgiana de pensar, al menos de vez en cuando, en quienes nos leen. Por eso suelo contestar los correos electrónicos que recibo, incluso los que me insultan o califican de columnista ad latere a los editoriales de esta Casa. Fíjense ustedes qué felonía tan grande coincidir, en más o en menos, con la línea del diario en el que uno escribe 362 artículos cada año. Realmente no entiendo cómo podría ser de otra forma, pero en aras de ese respeto recién mencionado, hasta esas opiniones las acepto.Cuesta un poco más admitir la exigencia que me hizo recientemente un airado ciudadano. Según él, lo articulistas podemos opinar, pero no proponer. Para abundar en el dato, estimaba una desfachatez que el editorialista de El DÍA haya formulado un cambio de nombre para la isla de Gran Canaria. Desatino en el que me incluía a mí por haber escrito, dos días después de abierta la caja de los truenos, que no se trata tanto de un cambio de denominación como de suprimir un añadido equívoco, introducido en su momento por motivos peregrinos. Al menos a tenor de lo publicado sobre el asunto en la isla redonda. Cierto periódico amarillo -nunca mejor dicho- lleva casi treinta páginas dedicadas al tema. Y es que con las cosas de comer no se juega.No es mi intención hoy, en cualquier caso, reincidir sobre un argumento que tantas ampollas ha levantado. Tan sólo aspiro a reivindicar que un periódico, un periodista y cualquier ciudadano puede proponer lo que le parezca oportuno. Al menos mientras no sea ilegal, inmoral o vaya contra la Constitución española. Y si va en contra, tampoco tiene por qué pasarle nada. Que le pregunten a Otegui, Atucha y compañía. O a Carod Rovira, por no dejar fuera a ningún ínclito. Puede proponerse lo que a uno le dé la gana. Cuestión distinta es que le hagan caso, claro.Sin pretender que me tengan en cuenta, incurro en la osadía de sugerirle a los ecologistas, incluso a los de chola y pancarta, que deriven parte de sus protestas hacia la educación ambiental. Hombre, ya sé que colgarse de una central eléctrica, cortar una carretera o escribir con cuerpos un mensaje de socorro en una playa, tiene más repercusión en los medios que enseñar en silencio, y con necesaria paciencia, a magos y belillos. Digo esto porque un rato antes de escribir este artículo, vi a un individuo que llegó frente a una tienda de abarrotes con un camión de reparto. Durante los quince minutos que estuvo descargando y resolviendo con el tendero, no paró el motor del vehículo. Poco a poco, la calle se fue llenando de un humo azulado y maloliente a aceite quemada. El ruido era otra cosa. Quizá un buen entrenamiento para los inminentes decibelios carnavaleros. En fin, viva Kyoto, el calentamiento global y tanta monserga de grandes protestas frente a especulativos desmanes, cuando no hay nadie capaz de decirle a un cretino que tenga un poco de compasión con el entorno, con los vecinos y con su propio bolsillo, y apague el motor de un camión; aunque quince minutos después deba hacer el agotador esfuerzo de girar una llave -o apretar un botón- para volverlo a arrancar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes escribir lo que desees, pero te recuerdo que "SOLO TÚ" eres el responsable de tu comentario y con ello defines claramente tu cultura y tu educación.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.